“BIENAVENTURANZAS”

 
Jesús no sólo enseña  como un sabio, sino que vive en plenitud las bienaventuranzas que propone.
Bienaventurados los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios.
¿Significará esto que para ser salvo, se debe vivir en miseria o pobreza crítica? ¿Querrá decir que para ser cristiano no debe haber espíritu de superación, sino de indolencia o sumisión ante las dificultades?
¿será entonces que los ricos son malos por ser ricos y los pobres son buenos por ser pobres?
Pues bien, pienso que Jesús aquí, nos quiere enseñar que somos dichosos cuando nos sentimos conscientes de que debemos luchar por superarnos dignamente, pero estando conscientes de que lo que es verdaderamente grande, valioso y que nos da seguridad plena, sólo es Dios. Y que Dios lo tiene todo y ante El, nosotros somos pobres y débiles; pero que en medio de las necesidades o la abundancia, Dios es lo más importante y en El lo podemos todo desde el esfuerzo, para vencer la miseria.  Sólo en Él se apoya nuestra seguridad final. La codicia no hace feliz a nadie, la sencillez de vida nos da plenitud y nos ofrece lo que necesitamos para vivir con dignidad.
De esta manera sigue vigente la bienaventuranza de los pobres de espíritu.
“Bienaventurados los que ahora tienen hambre, pues serán hartos”
Yo no creo que Jesús invite con esta bienaventuranza a bendecir, el hambre, la miseria de los que se sienten tratados injustamente por la vida. No creo que sea una felicidad el que los niños pasen hambre o los ancianos, o cualquier ser humano.
No creo que nadie voluntariamente sea feliz pasando hambre atroz. Sino que son dichosos aquellos que no se sienten hartos con este mundo pasajero, egoísta, codicioso sino, que sienten hambre de Dios. Conscientes de que sólo Él será capaz de saciar su hambre de infinidad, de valores y de trascendencia.
Dios es el primero que quiere que con nuestro trabajo y “solidaridad” tengamos todos los días, qué comer.
“Bienaventurados los que ahora lloran; porque reirán”
Tampoco pensamos que el Señor quiera que todos sean unos llorones, para ser felices, eso se lo dejamos a los avarientos; ni pensamos que los que lloran humillados por el dolor, o el sufrimiento sean felices; no podemos pretender que una madre que contempla a su hijo muerto, se sienta feliz y dichosa.
El Señor quiere enseñarnos, que quienes sufren y lloran impotentes quizás ante tantas injusticias, maldades, impiedades, estos rebozarán de alegría ante Dios que les hará justicia; y quienes parecían ser ingenuos o tontos ante la corrupción humana, aparecerán como los verdaderos sabios y felices.
Por eso el dolor solo desde Dios tiene sentido y se convierte en resurrección, “Ay de ustedes los ricos…, ay de ustedes los que ahora ríen porque llorarán”.
¿Será que la riqueza en sí misma es mala? ¿El rico por ser rico es malo? ¿Qué quiere decir el Señor?
Pienso que la maldición cae sobre aquel que cree que con el dinero no necesita de Dios; ya que él puede matar, y queda impugne; ya que él puede humillar y nadie le puede decir nada, ya que él piensa que él puede robar y nadie le puede demostrar nada.
El dinero básicamente es necesario; pero el que crea que el dinero lo compra todo, llorará. Porque a Dios, la maldad humana jamás lo comprará.
Aquel que se imagine que toda la vida es sólo apariencia, lujo, banquetes, whisky, sin importarle el sufrimiento ajeno, sino que todo es juego y carcajadas, burlándose de los demás, ese gemirá, porque en la fosa todos seremos iguales.
La diferencia estará  en las buenas obras y en el bien que hicimos. Todo lo demás es vanidad de vanidades.
Este texto creo que es una llamada muy seria, en todas las épocas, pero muy especialmente, en esta hora de reflexión a un cambio de actitud, con miras a construir una auténtica democracia, en la cual las grandes mayorías, se sientan atendidas y respetadas.
Hoy recordemos la Jornada Mundial del Enfermo, elevemos una plegaria a nuestro Padre Dios, por todos los enfermos, para que el señor alivie su dolor y les sane físicamente y espiritualmente.
Y también recordemos la Jornada Mundial de la Juventud.  
Mons. Antonio José  López Castillo
Arzobispo de Barquisimeto.  

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